La historia y la música eran las mismas pero la acción se había trasladado a los tiempos actuales; Por Javier Molins
La culpa era de los bancos; Era una frase que había calado hondo como justificación fácil de la fuerte crisis económica que asolaba medio mundo; La gente estaba desorientada y necesitaba explicaciones sencillas, como en su día las necesitaron los alemanes humillados tras las Primera Guerra Mundial y hundidos en la bancarrota que las encontraron en los judíos, quienes, curiosamente, controlaban por aquel entonces el sector financiero alemán.
Esa furia hacia los bancos aumentaba todavía más contra las cajas de ahorro que, como tenían cierto componente político, se convertían en el perfecto chivo expiatorio en el que confluían bancos y políticos, los dos grupos que concentraban un mayor número de críticas en una parte destacada de la sociedad.
Uno podía entender que era muy duro quedarse en el paro y tener que seguir pagando la hipoteca, un supuesto que era factible que ocurriera cuando uno firmaba un préstamo a devolver en 40 arios. Un préstamo que a nadie le obligaban a firmar a punta de pistola porque, había que ser sincero, cuando la música había sonado aquí todo el mundo había bailado. A diferencia de otros países europeos donde la mayoría de los jóvenes vivía o bien con sus padres o bien en pisos de alquiler, en España, cada joven llevaba un propietario inmobiliario en su interior. ¿Para qué tirar el dinero del alquiler a la basura si, por el mismo precio, podías comprar un piso? Esa pregunta se había escuchado en miles de ciudades de toda España y miles de ciudadanos habían caído en la trampa de comprar un piso que ahora no podían pagar.
¿Y qué hacer? Pues echar la culpa a quien quería cobrar el préstamo de forma legítima y si, además, esa entidad era una caja de ahorros, pues más culpable todavía. La Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) era un buen ejemplo de ello. Algunos periódicos se centraban en los riesgos asumidos en el sector inmobiliario, algo común a muchas otras entidades financieras, pero se olvidaban de la labor social y cultural que había realizado. Porque la diferencia entre una caja de ahorros y un banco estaba muy clara. La caja de ahorros destinaba los beneficios económicos que obtenía a su obra social y cultural y el banco los repartía entre sus accionistas.
Esto que podía sonar a pura filosofía tenía una materialización muy clara. Más de 700.000 personas se habían beneficiado tan solo en el primer trimestre de este ario de los programas sociales de la CAM de ayuda a mujeres maltratadas, toxicómanos, enfermos de Alzehimer o presidiarios, por poner tan solo algunos ejemplos.
Si nos centrábamos en el ámbito cultural, la CAM había organizado la primera exposición en la Comunidad Valenciana del artista japonés Takashi Murakami; había traído los dibujos de Torres García; la visión mediterránea de Pablo Picasso; los desastres de la guerra, los caprichos y las tauromaquias de Goya; o la obra de artistas contemporáneos como Miguel Barceló, Miguel Navarro, Andreu Alfaro o Juan Genovés.
Ahora que había tantos jóvenes pidiendo medidas revolucionarias en las plazas de las ciudades españolas, no estaría de más que alguien les recordara que había bancos que repartían sus beneficios entre todos los ciudadanos y no entre sus accionistas. Esos bancos se llamaban cajas de ahorro. |