Su fulgurante ascenso en la CAM, de simple administrativa a directora general, sólo se ha visto eclipsado por su no menos veloz descenso a los infiernos, suspendida primero de empleo y ahora despedida tras destaparse un supuesto amaño para garantizarse una jubilación de oro; Héroe para algunos, villana para muchos, pasará a la historia con el triste título de ser la última directora general de la caja alicantina
JAVIER IZQUIERDO Dicen los que la conocen que su principal virtud y la explicación de su carrera meteórica en la CAM es su habilidad para manejar los números. Hija de contable, de ahí quizá su capacidad para cuadrar las cuentas, y también trabajador de la caja, María Dolores Amorós, entró a formar parte de la entidad alicantina muy joven, sin haber cumplido aún los 20 años, y lo hizo en una oficina de San Vicente el 1 de febrero de 1982, tras aprobar una oposición para administrativo. Sin titulación, salvo el bachillerato superior, supo rápidamente abrirse camino y demostrar sus habilidades para dar en menos de diez años el salto a las oficinas centrales, sin ni siquiera llegar a ser directora de oficina, y ponerse ya a trabajar codo con codo con Roberto López, su principal mentor y valedor, en el Área de Control de Gestión. Pero no fue su antecesor en la dirección general el primero en fijarse en ella, sino Juan Antonio Gisbert, cuando estaba al frente de la caja, el que apreció las cualidades de Amorós con las cuentas y la reclamó para las plantas nobles de Caja Mediterráneo. Lista con los números y con una cabeza muy bien amueblada, según tanto sus defensores como sus detractores, no tardó en ganarse la confianza de la cúpula de la CAM y ser nombrada directora de área, ya entonces con una diplomatura en Empresariales en la mano y con un título de licenciada en Económicas en camino, que no obtuvo hasta que llegó a ser la adjunta de Roberto López en la dirección general. Su limitada formación, teniendo en cuenta que estamos hablando de la cuarta caja de España, y su escasa vinculación con la sociedad alicantina -se comenta que ni conocía ni era conocida por casi ninguno de los representantes de las fuerzas vivas de la provincia- es algo que se le reprocha dentro de la entidad, al considerar sus críticos que nunca pasó de ser "una buena contable". No es este, sin embargo, el principal pero que le ponen puertas adentro de la CAM a María Dolores Amorós. Colaboradores suyos durante mucho tiempo consideran a la exdirectora general el arquetipo de las personas que no reparan en los medios para conseguir un fin. Esto y una ambición desmedida, con algunas dosis de arribismo, le valieron a Amorós un buen puñado de enemigos entre los cargos directivos que tenían una relación más directa con ella. Temperamental en extremo -todavía se recuerda entre los empleados de la CAM el enfrentamiento que tuvo en Madrid a grito pelado con responsables del Banco de España en pleno desmoronamiento de la fusión con Cajastur y a las puertas de la intervención por parte del Banco de España- Amorós subió a los altares de Caja Mediterráneo en 2001, cuando Roberto López la nombró adjunta a la dirección general. En los casi diez años que fue mano derecha del máximo responsable de la gestión de la caja, Amorós supo mantener unas buenas relaciones con los consejeros, a quienes se dice dentro de la CAM que trataba de manera exquisita, y no fue capaz de tener ese mismo "feeling" con los directores generales, siendo tensas las relaciones con una parte de ellos. Sus críticos explican para definirla todavía más que su etapa más brillante en la CAM es la más oscura, en alusión al tiempo que se dedicó más a los números que a la gestión. Cuando tuvo poder para ejercer el mando, ya junto a Roberto López, es cuando más enemigos dentro de la caja alicantina se buscó, ante lo que algunos califican como su incapacidad para gestionar equipos y su rechazo a cualquier tipo de crítica. De ella también se comenta que su fuerte personalidad se imponía las más de las veces sobre la de su mentor Roberto López, que su capacidad de trabajo era enorme y que tenía una gran habilidad para la negociación en corto. Aún se recuerda un gol que le metió a los sindicatos y que supuso multiplicar por diez las aportaciones de la caja al fondo de pensiones de los directivos de la entidad, mientras que para la inmensa mayoría del resto de los empleados no hubo mejora. Su nombramiento como directora general de la CAM fue, en realidad, un paso intermedio para un futuro que tenía garantizado en el Banco Base, donde ya se le había buscado plaza como directora comercial. La ruptura del Sip con Cajastur y la intervención del Banco de España echaron por tierra estos planes. Suspendida de empleo por los interventores del FROB, esta semana ha sido despedida al entender los actuales gestores de Caja Mediterráneo que utilizó su cargo en beneficio propio al pactar con el expresidente de la CAM, Modesto Crespo, la concesión por parte de la caja de una renta vitalicia de 30.791 euros mensuales desde el mismo momento de su jubilación. En su etapa final al frente de la CAM algunos la vieron derrumbada y llorando en los momentos más tensos, fruto, dicen, de la desesperación por no encontrar un salida viable para la caja alicantina y de muchas jornadas laborales que empezaban a las siete de la mañana y acaban pasadas las cuatro de la madrugada. |