Una vez, ilusos de nosotros, creímos en esa preciosa máxima que decía que hay que trabajar para vivir, y no vivir para trabajar
Por Carme Chaparro
Tal cual están las cosas, uno puede darse con un canto en los dientes si trabaja; y punto. Aunque últimamente vayamos más encaminados a repetir los patrones de las primeras décadas de la industrialización que de los buenos tiempos (snif, snif) del Estado del Bienestar. Ya sabrán que este verano está siendo de sobresalto tras sobresalto para los trabajadores. Primero fueron el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea los que propusieron una bajada de sueldos de un 10 por ciento para todos los españoles. Eso nos hizo pupita, y más cuando nos enteramos que mientras nos quería asfixiar aún más, la mujer al frente del FMI, Christine Lagarde, se aplicaba no un 10, sino un 11 por ciento a su sueldo; con la diferencia que lo suyo ¡claro! era de subida (381.508 euros netos al año entre salario (323.587 euros) y gastos de representación (57.921 euros). Después vino la patronal (que este verano está sembrada, oiga) hablando de convertir la jornada laboral completa en contratos por horas. Y como el señor Rosell no sabe que en boca cerrada no entran moscas, esta semana ha vuelto a liarla: ha dicho que los trabajadores indefinidos deberían perder parte de sus privilegios para que los temporales (eso sí que es un trasvase y no los del Ebro) se puedan beneficiar de algunos. ¿A dónde vamos? Pues quizá a convertirnos todos (tome nota, señor Rosell, que igual le gusta la idea) en el becario ideal: ese que trabaja un centenar (sí, centenar de cien) de horas a la semana por un módico precio. Leo hoy que uno de esos becarios, un joven de 21 años que trabajaba en una sucursal londinense del Bank of America Merrill Lynch ha muerto tras permanecer 72 horas seguidas en su puesto de trabajo. Al parecer,Moritz Erhardt sufría una terrible presión por parte de sus jefes para conseguir una determinada serie de objetivos. Un becario, recuerdo. Y como no quería defraudar, encadenaba jornada laboral con jornada laboral, hasta que ha aparecido muerto. ¿Es ahí donde nos dirigimos? |