Sus más altos dignatarios, en lugar de dedicarse a revisar seriamente sus cuentas, se iban de puros y de intercambio multicultural en los ratos libres en que dejaban de hacer turismo alrededor del mundo, meterse cenopios, tomar copas y hablar de la tasa de morosidad.
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ-ABARCA Aquella imagen callejera, no hace tantos meses, del entonces aún presidente territorial de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, Ángel Martínez, con su puro y acompañado por la Trapería de un guerrero sudafricano de dos metros de altura, una especie de Nuba o Masai ataviado como para ir a cazar su primer león (cuando no sabía que el león lo tenía al lado: Martínez siempre ha sido conocido en su pueblo como «el león de Casillas», probablemente por el tupé, que no por feroz), ya me hizo pensar que lo de la CAM no tenía ninguna buena pinta y estaba en trance de desaparecer, como se ha confirmado ahora.
Una caja donde sus más altos dignatarios, en lugar de dedicarse a revisar seriamente sus cuentas más allá de una «supervisión prudencial» (presidente de la Comisión de Control, señor Avilés, dixit), se iban de puros y de intercambio multicultural en los ratos libres en que dejaban de hacer turismo alrededor del mundo, meterse cenopios, tomar copas y hablar de la tasa de morosidad. Aquella fue la imagen perfecta del ´tardocajismo´ en España, el azulejo que dejó marcado el «hasta aquí llegó el paripé». El «león de Casillas» comiéndole la cabeza en plena calle a un príncipe africano que no sabía que lo habían traído a un circo.
Atrás quedaban los tiempos en que ser presidente de una Caja daba derecho a cerrar las procesiones acompañando al obispo y a la autoridad policial, rodeados por maceros, damas de negro y paracas de la base de Alcantarilla marcando paquete. Hoy si dices que has sido presidente de una Caja la autoridad policial te acompaña, pero para que no te linche el gentío. De supuestos dignatarios han pasado a presuntos implicados, y de aquellos puros enfáticos sólo queda ceniza. Es una lástima, porque, antes del cachondeo, las cajas tenían sus cosas excelentes: no hubiese existido ´burbuja cultural´ sin ellas, y sin su labor no nos hubiésemos hecho la ilusión de que la cultura interesa a alguien en España. En la CAM organicé yo un ciclo de John Ford, en versiones comentadas (por cierto, por el hoy fiscal general del Estado, Torres-Dulce), panorámicas y restauradas. Pensábamos que éramos cultos. Si esperamos que la obra social de las cajas la prosigan nuestras grandes fortunas, vamos arreglados. Nuestros empresarios multimillonarios no se hacen perdonar el masticar con la boca abierta ni dejando parte de su fortuna en fundaciones que les sirvan para algo más que para no pagar impuestos, cuando, por ejemplo, en EE UU los ricos lo que quieren no es destacar por su dinero, sino que destaquen los demás con su dinero.
Tras casi siglo y medio, se acaba la CAM, y, desaparecidas las obras sociales (todo lo politizadas que quieran), vamos a tener que hablar de montar exquisiteces con tratantes de ganado que nos escucharán hurgándose el diente de oro con un palillo mientras se ponen la mano delante de la boca a modo de visera, porque les ha dicho su chacha que eso hace fino. Vuelve, más que nunca, el capitalismo para salvajes.
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