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El sexto sentido

La Crónica Virtual, recopilado por Sindicato Alta - 06/11/2013

 

El director general llamó al ordenanza y le pidió que comunicase al presidente que quería verlo en su despacho en quince minutos. No era nada extraño, una caja no presidencialista tenía la costumbre de despachar el presidente y el director general en el despacho de éste último.

JUAN NAVARRO  

 “Debemos cerrar el presupuesto de la Obra Social para este próximo año y presentarlo al consejo junto a la liquidación del ejercicio anterior; he tomado la decisión de dedicar a la Obra Social la mitad de los beneficios obtenidos y este año ha sido el mejor en la historia de la Caja”, afirmó el Director General. Estoy de acuerdo – contestó el Presidente.

José Oliu, presidía una reunión en Óscar Esplá 37, el día 31 de Octubre de 2013, día universal del ahorro, y manifestó a su chófer, terminada la reunión, su interés en conocer la antigua sede de la Caja de Ahorros del Mediterráneo.

El chófer, solícito, enfiló el vehículo hacia San Fernando y bien provisto de las llaves de la puerta, cerrada hace unos meses, y de los despachos más importantes del edificio.

Cuando Oliu traspasó la entrada ferruginoso, observó con detenimiento los dos anaqueles que informaban al visitante acerca de las diferentes cajas que dieron lugar a Caja Mediterráneo y sus respectivos años de fundación. Aquello gustó a Pep Oliu, ya que los financieros gustan del sabor añejo de las entidades. Tras pedir al chófer que quedase en la puerta, subió la escalera que accede desde la entrada al primer piso y acarició el pasamanos que 27 años antes y en sentido contrario, había acariciado el director general que esa misma noche pedía voluntariamente el cese, coincidiendo con el día universal del ahorro.

“Presidente”, comenzó el director general, “he decidido aumentar la dotación a la Obra Social, hasta el 50% de nuestros beneficios, puesto que estamos en un momento decisivo para diferenciarnos de la banca tradicional. Con estos presupuestos tan agresivos y arriesgados, estoy seguro que nuestra posición dentro de unos años, en la sociedad a la que servimos, será superior a la bancal”. El Presidente aspiró el humo de su cigarrillo y bebió un sorbo de su Chivas Regal, “Estoy de acuerdo; es una apuesta arriesgada, pero es nuestra única razón de ser”.

En ese momento; en el momento que el presidente, sentado frente al director general, afirmaba y autorizaba esa “apuesta arriesgada”, se abrió la puerta y apareció don José Oliu.

“Buenas noches señores”, afirmó Oliu, ¿”Qué hacen ustedes aquí”?, preguntó por puro formulismo habida cuenta de la compostura y presencia de los ocupantes del despacho.

El Director General se levantó de la silla, apagó su cigarrillo “Rothmans” en el cenicero de plata con tapa de media luna y exclamó: “Este señor que está a mi izquierda es el Presidente Vitalicio y de Honor de la Caja de Ahorros del Sureste de España, don Antonio Ramos Carratalá, y yo soy el Director General, mi nombre es Francisco Oliver Narbona”, ¿”Qué hace usted aquí”?.

Josep Oliu se quedó sorprendido, no entendía qué hacían esas dos personas en una sede propiedad del Banco de Sabadell del cual era presidente. Salió corriendo del despacho y bajó las escaleras, apoyándose en el pasamanos que cien años antes pulimentara el abuelo materno de Miguel Romá Riera.

Con el rostro demudado le pidió al chófer, ya en la puerta de San Fernando 40, que llamase a la policía: “Hay dos personas que se han instalado en esta sede y hay que sacarlas de aquí”.

Siete minutos después; Oliu cronometró el cometido de su chófer, como siempre lo hacía; apareció la policía local. Oliu se sintió satisfecho de la efectividad de su chófer, pero lo que no sabía es de la existencia de un retén en Canalejas 8, apenas a tres minutos de San Fernando 40.

“Agentes, hay dos personas en este edificio que afirman que son sus propietarios; están en el despacho situado al final de la escalera que sube a la primera planta, a la derecha”, afirmó Oliu con la prepotencia que da sentirse propietario del inmueble.

Román Bono Marín, doctor ingeniero de minas, vecino de la calle de San Fernando, solía dar un paseo a las ocho de la tarde hasta la Rambla de Méndez Núñez. El paseo terminaba en el restaurante Ivory y allí tomaba un café con leche. Bono Marín era un hombre de costumbres comedidas en público, otra cosa eran sus aficiones privadas. “Hombre, don Román, qué hace usted por aquí”, le espetó el Señor Oliver cuando le vio aparecer por el despacho donde estaba ajustando los presupuestos de la Obra Social del año 1972. “Bueno”, sabéis que doy mi paseo y he visto a la policía en la puerta y, como presidente de la Caja, he subido a ver lo que pasaba. Por cierto, la policía ya no es lo que era, les he preguntado que hacían aquí y ni me han contestado; es más ni me han mirado, y he traspasado la puerta, a pesar de una cinta que la cerraba, y no me han dicho absolutamente nada”, afirmó Bono Marín.

Oliver encendió su enésimo cigarrillo y aspiró el humo: “Román, estamos cerrando el año, y don Antonio y yo estamos atónitos puesto que ha venido un señor, desconocido para nosotros, que dice ser el propietario de este edificio. Se ha marchado corriendo”. No había terminado su perorata don Curro cuando se abrió la puerta del despacho y aparecieron los dos agentes de la policía local. “Hombre, ya era hora que apareciese la policía, quiero informarles, agentes, que hay una persona, con una pinta de señor honorable, que afirma que es el propietario de este edificio y ha entrado de manera subrepticia”. El agente iluminó la estancia y volvió el rostro diciendo a su compañero: “Aquí no hay nadie y además no hace falta encender la luz, con la iluminación de nuestra linterna es suficiente”.

Los agentes de policía efectuaron un registro exhaustivo en todo el edificio y comunicaron al superintendente, José María Conesa, a través de la línea de órdenes, que era una falsa alarma. Josep Oliu agradeció a los agentes su abnegación y les deseó buenas noches.

Cuando los despidió en la puerta de San Fernando 40, Oliu volvió a subir las escaleras que conducen al primer piso. Encendió las luces, volvió al despacho situado a la derecha y volvió a ver el espacio: no había dos personas, había cuatro: don Antonio Ramos Carratalá encendía su lanceros cohiba, don Curro su sempiterno Camel; había abandonado el Rothmans que sólo usaba en ocasiones especiales; don Román su Ducados y Tonico, el ordenanza que vivía en el tercer piso, servía whiskies a los presentes. “Señores”, afirmó don Antonio con su voz estentórea, “pasemos al siguiente punto del orden del día y aunque no esté todo el consejo, estoy convencido que aprobarán dedicar el 50% de nuestros beneficios a la obra social”.

Josep Oliu ordenó al chófer cerrar bien la puerta ferruginosa de San Fernando 40 y que, a partir de ese momento se pusiese una vigilancia especial; se sentó en el coche y marchó al Hotel Meliá.

Román Bono Marín falleció en julio de 1968, Antonio Ramos Carratalá falleció el 13 de enero de 1970 y Francisco Oliver Narbona falleció el 16 de junio de 2004.


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