El gobernador del Banco de España, capaz de escandalizarse al presentar balance, como si la entidad que representa no hubiese tenido la obligación de controlar el estado de salud y las cuentas de las cajas de ahorro; Tras esa pretendida sorpresa sólo pueden ocultarse un ejercicio de cinismo e hipocresía o una actitud negligente y temerariamente permisiva durante años del Banco de España hacia las Cajas
La nueva entidad financiera gallega, lo que queda de las Cajas, es hoy la caja de los truenos una vez levantada interesadamente la tapa de las indemnizaciones a los ex directivos que ha ido dejando apartados en el proceloso camino de la bancarización. Ciertos estrategas de comunicación de NCG activaron consciente, o tal vez inconscientemente dada la trascendencia alcanzada por sus filtraciones, la bomba de un debate que se ha extendido a todas las cajas españolas y, en el el caso de la CAM, ha provocado ya la intervención de la Fiscalía Anticorrupción. Tiene mucho de hipocresía este debate a estas alturas, pero ciertamente no es un asunto menor que la Caja que gestiona el ahorro de los gallegos prejubile a sus directivos, incentivándolos con cuatro, cinco, ocho u once millones de euros (en esta ocasión, debería el lector saber disculpar la imprecisión, el baile de cifras, dada la funesta oscuridad en la que se han movido y se están moviendo todavía los números de la cajas gallegas). No es un tema menor y la prueba de ello es que la sociedad gallega (la española en general) es incapaz de digerir la información filtrada oportuna e interesadamente a los medios de comunicación sobre las onerosas prejubilaciones de un cuadro de ejecutivos que pasará a la historia por haber convertido en calderilla la herencia de varias generaciones de gallegos. Esta sociedad conmocionada por todo lo que ahora sí sale a la luz no puede ni quiere pasar página, por mucho que unos y otros jueguen al despiste culpando al del norte, al del sur o al de enfrente. Pero que nadie se distraiga del verdadero drama que vive el escenario financiero de Galicia. La controversia de las indemnizaciones millonarias no es humo aunque sí está siendo utilizado como una cortina tras la que se intenta atenuar el resultado de una operación que nació con las premisas de galleguidad y solvencia y ha terminado por no ofrecer ni lo uno ni lo otro. Novacaixagalicia Banco, escuálido heredero de Caixa Galicia, Caixavigo, Caixa Ourense y Caixa Pontevedra es hoy un banco intervenido por el Estado, con un valor irrisorio: 181 millones de euros, cuando sus libros contables decían que valía 1.700 millones. Esta y no otra es la verdadera catástrofe. Hay voces que aseguran que la realidad es incluso peor, aunque tal vez no convenga en estos momentos conceder más crédito al pesimismo del que el curso de los acontecimientos le ha otorgado ya. El análisis, la reflexión y la crítica no deben, sin embargo, eludir la búsqueda del origen de este fatal desenlace. ¿Dónde está la diferencia? ¿A dónde ha ido a parar ese dinero? Es un ejercicio imprescindible remontarse veinte años atrás y preguntar a los responsables de las cajas de ahorro gallegas durante este tiempo qué han hecho con el ahorro de Galicia, del que han sido privilegiados depositarios y omnipotentes gestores. Los propios consejeros admiten ya públicamente que desconocían la naturaleza de los contratos de los altos directivos. ¿Quiere eso decir que autogestionaban sus retribuciones, sus blindajes, sus incentivos? Como si el dinero fuese suyo, como si no debiesen rendir cuentas a nadie o rendirlas de forma tramposa y oscura para trasladar a la sociedad una administración pretendidamente brillante que el tiempo ha descalificado, dibujando para Galicia un inquietante futuro financiero. Estos gestores que reverenciamos como benefactores sociales, próceres de la cultura y “maravillosos” administradores, que mejoraban trimestre a trimestre sus resultados, aportando unas cuentas públicas y aliñadas en las que sumaban beneficio sobre beneficio dejando a la altura del betún a los más esforzados empresarios, resulta que han dilapidado un tesoro público y no dan muestra alguna de asumir la más mínima responsabilidad. Lejos de ello, continúan instalados en su Olimpo, comportándose como lo haría el superhombre de Nietzsche, con absoluto desprecio a lo que consideraban una masa de mediocres que le confiaban su dinero. Es ahora cuando sabemos que en lugar de beneficio tras beneficio, lo que sumaban sus cuentas era remiendo tras remiendo. El desenlace de las cajas de ahorro gallegas tiene nombres y apellidos sobradamente conocidos. Y cómplices que ahora intentan escaquearse, como roedores en un naufragio. En realidad, casi nadie de los agentes que intervienen durante estos días en el debate es inocente, empezando por el pontificador Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, capaz de escandalizarse al presentar balance, como si la entidad que representa no hubiese tenido la obligación de controlar el estado de salud y las cuentas de las cajas de ahorro. Tras esa pretendida sorpresa sólo pueden ocultarse un ejercicio de cinismo e hipocresía o una actitud negligente y temerariamente permisiva durante años del Banco de España hacia las Cajas. Son las dos mismas causas que podrían explicar la no menos inverosimil puesta en escena de algunos, no todos, consejeros de las cajas gallegas, hombres y mujeres, supuestamente representantes sociales, avalados por instituciones, partidos políticos o sindicatos o simplemente elegidos a dedo por su conocida docilidad y su talento para la adulación incondicional al ´superhombre´ de turno, que asistían a la toma de decisiones en los consejos de administración, asentían y recibían a cambio beneficios personales en forma de créditos blandos y generosas retribuciones. Ahora sostienen que no sabían nada. De nuevo, sólo caben dos hipótesis: o mienten o actuaban con interesada y ambiciosa irresponsabilidad. No todos, ya está dicho, pero sí unos cuantos y sobradamente conocidos. Unos proclaman ahora su ignorancia y otros callan, no saben, no contestan. Se comprenden la lisonja de antes y el silencio de ahora, una vez sabido que a alguno de estos palmeros se le contabilizan 60 millones de euros en créditos; préstamos que al mismo tiempo se denegaban arbitrariamente a otros empresarios enemigos del peloteo con pretextos tan pueriles como la feroz vigilancia del Banco de España. Galicia, que tradicionalmente ha demostrado capacidad de sufrimiento y talento para salvar situaciones límite, posee personas y herramientas que la habilitan para salir airosa también de este crítico escenario y recuperar su sitio en el entramado financiero. Y los agentes inmersos en el proceso tienen además la obligación de conseguirlo. Esta es la misión principal en la que deben volcarse todas las energías disponibles. Ahora bien, del mismo modo que no debemos dejar que nos distraigan las cortinas de humo, por escandalosas que sean, tampoco deberíamos olvidar que hay responsabilidades que depurar, responsables que deben como mínimo una explicación a los gallegos, y errores que no deben quedar bajo secreto de sumario. Es una terapia necesaria: para que los protagonistas del fracaso queden apartados del futuro y las graves equivocaciones cometidas no se repitan jamás. Hay materia y motivos de sobra para investigar, en profundidad, y desde todas las instancias. Sí, también desde las judiciales. Galicia no puede permitirse pagar las consecuencias del desastre sin exigir que los gestores de las cajas, especialmente los que aún conservan su estatus y sus privilegios emboscados en la confusión del momento, paguen la prepotencia, la soberbia y la negligencia con la que durante años han manejado el dinero de los gallegos hasta convertir las cajas gallegas en una ruina, y esto es lo realmente escandaloso. |