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"Amorós" al dinero en el desastre de la CAM

Suplemento Crónica de El Mundo. Recopilado por Sindicato Alta - 16/10/2011

 



El extraordinario caso de la joven que entró de cajera y acabó de directora general millonaria en una Caja en ruina; Y sus dos hermanas también empleadas;  «Le dieron el poder a una secretaria de dirección», comentaban los altos directivos de la cam tras su ascenso

Sentada en la mítica planta seis del edificio de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), en Alicante, María Dolores lucía poderosa; Era el trofeo máximo al que podía aspirar;

El que nunca soñó, cuando su padre, un viejo empleado de la institución financiera movió sus hilos —a la vieja usanza— para que ingresara en el año 1982; Comenzó de cajera y ascendió hasta convertirse en la Patricia Botín de las cajas de ahorro. Hasta su despido fulminante por la comisión interventora del Banco de España era la mujer que más alto había llegado en las instituciones financieras de abolengo. Y lo hizo sin alcurnia. Era la cenicienta [o un caso parecido al de Forrest Gump: llegó a la cima, sin que nadie supiera cómo].

Una de sus intervenciones explica en manos de quién estaba una de las instituciones financieras más importantes del país [o en manos de quienes]. En una reunión de la crème de la crème de la CAM estaban los siguientes escalones de dirección: comité de dirección, directores de área, directores territoriales, directores de empresas participadas...  El mandamás de la entidad pidió a la entonces directora general adjunta —aún no había sido ascendida— que informase sobre los resultados del ejercicio 2009.

Ante el mejor auditorio posible, María Dolores Amorós Marco comenzó su gloriosa intervención. Lo hizo con lenguaje de libro de autoayuda, con el mismo tino de una escolar que no sabe qué decir o que sólo quiere dar buenas noticias a sus padres. «Hemos conseguido aprobar tres parciales del curso, cada uno en un trimestre; únicamente nos queda el examen final de diciembre, pero estoy convencida que aprobaremos dicho examen y obtendremos una buena nota en la asignatura. Por ello: ¿nos aplaudimos?», y comenzó a aplaudir, ante la sorpresa general. Daba palmas, torpemente.

Esa mujer, un año después, sería la directiva más importante en el mundo de las Cajas de Ahorro de España, ascendería a directora general de la CAM. Se le encargarían miles demillones de euros en dinero público. La chica de los aplausos forzados, Maira para los amigos y allegados, se convertiría este mes en uno de los personajes más odiados del país. Por regalarse, tras unos meses de trabajo, una pensión de 1.013 euros al día [370.000 anuales], para toda la vida.

Y, para más inri, permitir jubilaciones por más de 20 millones de euros a sus predecesores. Eso además de formar parte de la cúpula que prestó en seis años 121 millones, a intereses ridículos, a sus consejeros. Agustín Llorca Ramírez, director territorial de Alicante, director general adjunto los últimos cinco meses de su estancia en la CAM —se marchó el mismo día de la intervención, 22 de julio de 2011—, se levantó, adulador, aplaudiendo al ritmo de María Dolores.

Lo hizo con semblante serio, como si hubiera escuchado la exposición de una gurú de los negocios. Braceando, obligó a todos los directivos a levantarse y aplaudir. La estupidez generalizada. «¿Nos aplaudimos?»

Quizá pueda ser la forma más explícita de resumir al personaje. Vana, de una simpleza absoluta y de unos conocimientos muy limitados... Eso sí, había forjado la ambición, más no el talento. María Dolores Amorós Marco (San Vicent del Raspeig, 1962), entró en la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia con 20 años. Sin título universitario ninguno entonces. Su primer destino fue  la oficina donde su padre había desarrollado prácticamente toda su labor en la Caja del Sureste [después fusionada en la CAM]. La sucursal número 56, radicada en la céntrica calle Mayor de su localidad natal, la vio despachar sus primeras pesetas.

Amorós padre, fiel a la endogamia en las cajas de ahorro, consiguió colocar a sus tres hijas: María Dolores, Francisca y Luisa Esperanza. A por todas. Aunque con distinta suerte, triunfaron. María Dolores, la niña de sus ojos, la chica menudita de iris azules, llegó a ser ejecutiva top. Y a las otras no les fue mal. Francisca es actualmente directora de la oficina de Molina de Segura, Murcia.

Luisa Esperanza ascendió con su hermana. Es la directora de particulares de la Dirección Territorial de Alicante, sustituyendo al actual director territorial Salvador Cases. Fue uno de los últimos nombramientos de Maira antes de ser defenestrada definitivamente. La familia es la familia.

María Dolores Amorós se diplomó en Ciencias Empresariales por la universidad de Alicante, promoción 1983/1984. Se sacó la licenciatura por la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) trabajando en la caja y en casa [tiene tres hijos y está casada con el arquitecto José Enrique García Sogorb]. Los que la conocieron destacan que siempre fue una mujer con una «gran constancia y fuerza de voluntad», pero que tenía una formación académica y económica nada reseñable para su impresionante ascenso [eso sí, después de unos años, pasaría por el carísimo y prestigioso Programa de Alta Dirección de Empresas del IESE, a cuenta de la CAM, por cierto].

Tras su paso por la oficina de San Vicente, Amorós fue trasladada a la central de la entidad, entonces en San Fernando 40, la sede central. Fue asignada al grupo de administrativos que componían el departamento de control de gestión cuyo jefe era Antonio Ballester Alonso, el cual fue el preceptor y maestro de Roberto López Abad.

López Abad fue uno de los hombres que hundió la CAM, según todos los informes auditados [se embolsó 3,8 millones netos en concepto de indemnización antes de largarse por la puerta falsa]. Una consultora contratada para revitalizar la entidad crediticia se dio cuenta de que en el organigrama la edad media de los altos directivos superaba los 50 años y que carecían de titulación académica alguna.

Por ello se aglutinó en torno a López Abad una camarilla de jóvenes ambiciosos cuya edad media era de 30 años, para preparar el relevo generacional. Joaquín Meseguer Torres, Daniel Gil Mallebrera, Rafael Gomis Llorca, Vicente Soriano Terol, Roberto López Abad y Maira Amorós Marco constituyeron aquella camarilla de genios de las finanzas, de Chicago Boys de Levante, que se autodenominó La taula (la mesa).

Ellos se reunían una vez almes a comer, de allí el nombre. El cap de taula (jefe de mesa) cobraba la comida con antelación con el fin de obligar a los miembros a asistir a las juntas. Con el tiempo, se transformaría en encuentro de negocios y foro de ascensos. Sin embargo, a la taula le salió un enemigo que no figuraba entre sus planes: Juan Antonio Gisbert García [cesado en el año 2000 con 1.000 millones de pesetas de entonces, seis millones de euros].

La lucha por la sucesión de la presidencia de la caja fue encarnizada. Fue una pelea sin cuartel entre LópezAbad—jefe de la La taula— y Gisbert García, a favor de éste último. Gisbert aventajó a López Abad en contactos políticos. Descabezada la Taula, López Abad fue nombrado director general comercial, y Gisbert le encargó recuperar créditos morosos. López Abad dejó en el puesto de Jefe del departamento de Control de Gestión a María Dolores Amorós. Era 1992.

[Con el tiempo, el tándem López Abad-Amorós terminó por destruir un conglomerado financiero con activos de 70.000 millones de euros, una red de 1.000 oficinas y más de 8.000 empleados; una macrocaja que nació de la fusión de 29 entidades crediticias. «Le dieron el poder a una secretaria de dirección», comentaron los altos directivos de la institución. Pero a nadie le importó. Todos estaban huyendo del Titanic].

Tras ello, entra en escena un oscuro personaje: Teófilo Sogorb Pomares, un experto en mantenerse a flote en las condiciones más adversas usando un viejo aforismo bolchevique: escuchar mucho y hablar poco. Saber todo de todos y nunca revelar sus pensamientos. Amorós lo hizo su segundo y aprendió de él. Asimismo, comenzó a relacionarse con el departamento de auditorías, clave en el despilfarro. En 1998, Gisbert, en una decisión que sorprendió a toda la organización, nombró a Maira, directora general de área. De ese modo, Sogorb pasó a director de planificación y desarrollo, teniendo bajo su responsabilidad el seguimiento del estricto cumplimiento de los presupuestos y la confección de un plan estratégico. Todo estaba consumado.

Nadie entendía el nombramiento de Amorós. Era demasiado para su capacidad. Cuando Gisbert fue cesado en la dirección general y el consejo eligió a López Abad, Maira vio el cielo. Ocuparía el cargo de directora general adjunta, más por ser maleable que por sus virtudes como financiera.

En noviembre de 2010, cuando López Abad se marcha al Banco Base [un proyecto fracasado que integraría las cajas CAM, Cajastur, Caja de Extremadura y Caja Cantabria] dejando su puesto de director general para asumir el mismo cargo pero en la entidad mayor, sus colaboradores del comité de dirección sabían el estado agónico de la Caja y ninguno quiso tomar el relevo.

Sólo levantó la mano Maira, su aventajada alumna. Jamás nadie con menos preparación fue aupada al máximo nivel de la que, un día fue la cuarta caja de España. Su origen, la Caja de Ahorros del Sureste de España, de la que decían: «No es la Caja de Ahorros del Sureste, es el sureste de la caja de ahorros». Otros tiempos.

María Dolores Amorós vivió en su ascenso un cambio tremendo, no sólo en el aspecto laboral. Cambiaba de peso pendularmente. Pasó de no tener estilo a vestir de diseño y de los colgantes de bisutería a los collares de perlas. Quizás su momento de mayor gloria fue cuando se presentó, arropada por Modesto Crespo, presidente de la CAM, a la reunión del consejo de administración de la entidad, abril de 2011. En ese encuentro lucía —colgante Bulgari al cuello, reloj con brillantes en la muñeca— su nuevo aspecto. Era el de la ejecutiva Wall Street que veía en las revistas de la peluquería. Pocos reconocerían a la modesta cajera que llegó a estudiar en la Escuela Politécnica de Alcoy, clase de Máquinas Eléctricas, en 1985.

Ese fue el último día de reuniones, cuando se aprobaría su odiada pensión vitalicia. Eran las mismas fechas en que ese mismo grupo de directivos pedían al Estado ayudas por más de 2.500 millones de euros. Esos días ella aún bromeaba a su paso entre las cámaras y los flashes. Había aprendido de sus mentores que a los banqueros no les pasaba nada. Todo se resolvía con contactos y apretones de manos. Chascarrillos y una buena agenda bastaban. Claro, y un buen contable que permita mentir sonriendo [con esas cuentas mágicas engañó a los controladores y pudo llegar a decir que la CAM tenía beneficios cuando el forado era de miles de millones].

«Es falso que nuestros socios hayan tenido sorpresas en las cuentas de la CAM», llegó a declarar sin inmutarse. Quizás por ello no entendió cuando la suspendieron de empleo.

Pero no de sueldo [más de 600.000 euros anuales]. En verano, la dejaban ir a su despacho en la planta seis, la de los jefazos de la CAM, que ya no estaban. Eran ella y los que auscultaban las cuentas. Estaba tan aislada que tuvo que recurrir a su secretaria para enterarse de lo que pasaba a su alrededor.

Hasta que le dijeron a Amorós que no fuera más. Que era su fin. El 27 de septiembre le dieron las razones de su despido. Una misiva dura, sin contemplaciones. «Si el falseamiento y ocultación, así como sus consecuencias... revisten especial gravedad, no es de menor importancia la deficiente gestión realizada por usted al frente del equipo directivo de la entidad desde el 10 de diciembre de 2010, y antes en la destacada posición de directora general adjunta, que ha llevado a la Entidad a una grave situación en términos de rentabilidad, solvencia y liquidez». Era su humillación.

Hoy, María Dolores Amorós pretende demandar al Estado si no se le paga su indemnización. Podría ganar y todo. Al menos sus hermanas siguen en sus puestos. El daño causado ha sido mayor, quizás. Con la salida de Maira, las cajas de ahorros se quedan sin mujeres en sus cúpulas.

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