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Diez negritos (IV)

La Crónica Virtual, recopilado por Sindicato Alta - 05/08/2012

 

Juan Antonio Gisbert García. “Eduardo, buenos días, soy Juan Antonio. Necesitaría hablar contigo sobre ciertos temas que considero importantes”.

Al otro lado del teléfono, el interlocutor, entonces presidente de la Generalitat, le citó por la tarde. “Acércate a Benidorm y charlamos”. La entrevista se produjo en la partida de “Armanello”, dónde el ex molt honorable pasa sus vacaciones con la familia. Educadamente, se saludaron y educadamente transcurrió la reunión. Gisbert, hábil político, creía tener todo bien atado y Zaplana desconfiaba de Gisbert como posible director general de la hipotética fusión de las cajas valencianas.

Hasta entonces, la relación había sido buena, educada y firme en las convicciones de cada uno, pero lógicamente, la cuerda se iba a romper por el lado más débil y la política, con el diario oficial y la mayoría de consejeros en las cajas, siempre es el lado más fuerte de la cuerda. Uno bebía agua; el otro Johnnie Walker, black label.

Tras varias horas de conversación y con la lengua abotargada por el whisky, se despidieron. Gisbert explicó sus proyectos de futro: “Mira presidente, tenemos a Sa Nostra, el Banco Atlántico y Caja Rural de Almería en nuestro punto de mira. Caerán como cayeron el Abbey National Bank y El Banco San Paolo.

Zaplana asentía pero no le gustaba lo que veía. Una expansión de la CAM, no era bueno para su estrategia. De ninguna manera la CAM lideraría la fusión con Gisbert al frente, como hizo con la CAPAV. No se fiaba, no era su candidato. En un momento dado, Gisbert sintió el frío en su columna. Para un político como él, era la llamada a cerrar. La entrevista no daba más de si. Ahí cambió, de acuerdo a varias versiones, la trayectoria recorrida hasta entonces. Un gran punto de inflexión determinó la absoluta y total pérdida de confianza. Si algo estaba claro es que Juan Antonio Gisbert García, licenciado en ciencias económicas por la Universidad de Valencia y director general de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, tenía los días contados en la CAM.

Si Gisbert hubiese conseguido la absorción de Caja Rural de Almería, hoy Caja Mar, casualmente dirigida por Gisbert dentro de CRM; la absorción de Sa Nostra (Caja de las Islas Baleares) y la compra de Banco Atlántico, que el sucesor López Abad no fue capaz de rematar, no sabemos que sería hoy la CAM, pero, obviamente no sería CAM-Sabadell. “Juanito, hicimos mal negocio forzando la dimisión de Gisbert”, me dijo, en cierta ocasión, un miembro del Comité de Dirección que lideró Roberto López Abad.

Como es sobradamente conocido, Gisbert accedió al cargo de director general por la dimisión de Miguel Romá. Fue el propio Romá el que recomendó al consejo presidido por Román Bono y cuyo vicepresidente segundo era Ignacio Gabriel Jiménez Raneda, que Gisbert fuese su sucesor. Esta fue la versión oficial. La versión real de lo que ocurrió, la conoce, querido lector, puesto que en la serie “El gran farol”, fue comentado con todo tipo de detalles. La comida de fusión CAM-CAPAV en el Dársena; el “¡gracias Antonio!” de “Manchi” Bono dirigido a Valenzuela. El cafelito entre éste último y Ramón Berenguer Prieto, secretario del consejo de administración, en la cafetería Asia, tras la comida y la frase: “Ramón, ¿te han citado esta noche a una cena en el Maestral”, acude pues no te arrepentirás y además, vas a divertirte”. La llamada a las nueve y media de la mañana a casa de Bono. “¿Está don Román?”- “El señor está descansando”. “Dígale que se ponga al teléfono y que hoy hay lentejas, que si quiere las toma y si no, las deja”. Hasta llegar a la reunión del consejo de administración donde los cuchillos largos tomaron Berlín, tiraron al rey por la ventana y colocaron en el trono a su valido.

Hay un aspecto que no quiero que se escape para conocer verdaderamente al individuo: Gisbert fue en la caja lo que Miguel Romá y Juan Sanchís, íntimo de Romá, quisieron que fuese. Sanchís lo elevó a la jefatura de departamento y Romá lo elevó a secretario general y el corolario viene rápido: “Si es capaz de defenestrar a quien ha sido su mentor y amigo, qué no hará conmigo” pensaron todos. Fue una época que recordaba al directorio del terror de 1793 en la Francia Jacobina. Gisbert lo dominaba todo: el Comité de dirección, el consejo, los sindicatos y hasta el último terminalista cajero de la oficina del Copón de Bullas, 0.027.

Mientras Juan Lerma ocupó el sillón del Palau de la Generalitat, no problema paisa, pero en 1995 y sobre todo en 1999, cuando Zaplana consigue su mayoría absoluta y cambia la ley de cajas, las cosas se complicaron para nuestro héroe.

Gisbert heredó el equipo de Miguel Romá e hizo muy pocos cambios; el más importante fue encargarle el negocio y la red de oficinas a Roberto López Abad, y darle todos los medios y recursos, haciéndolo director general adjunto, a Jorge Abad. López Abad se dedicó a cobrar morosos y no era raro verle coger la maleta el lunes por la mañanita temprano y marchar a Murcia a reunirse con gestores, directores de zona y otros, recordándoles los préstamos en mora o en situación irregular. Corría 1992 y la crisis era importante tras los festivales de la Expo y las Olimpiadas.

En 1994, establece unas pequeñas variaciones en su equipo y nombra a Baldomero Satorre Grau, secretario general, y fusiona Urbamed con Finacom, nombrándose presidente de la recién creada Hansa Urbana. A partir de ahí, íntimo de Rafael Galea Expósito. Ese fue un error estratégico considerable. Gisbert traslada su residencia familiar desde el humilde ático adquirido al contraer matrimonio, por un chalet junto al mar en la calita de los judíos, en el cabo de las Huertas y muy cerca del chaletito de Rafael Gálea Expósito. El ático de la calle Cruz de Piedra, ¿O los áticos?, se los vende a Rosendo Naseiro, tesorero del PP, amigo de Fraga y encausado en varias tramas de corrupción.

Su nueva residencia, en línea recta, de la verja del chalet a la orillita del mar, apenas diez metros. Cambia su antiguo Ford Escort por un BMW y abandona su “aliño indumentario” moderno y atrevido, adquirido en Cassino, tienda de ropa de la Plaza de Calvo Sotelo, por los trajes serios y de chaqueta cruzada. Acababa de cumplir cuarenta años y quizás pensara que debía vestir el cargo con el oropel adecuado.

En noviembre de 1997, la CAM entra en proceso de renovación de los órganos de gobierno y es la primera vez que ocurre con mayoría del PP en les Corts Valencianes. En febrero de 1998, tras las elecciones a consejeros, Román Bono Guardiola, presidente los últimos quince años, cede el sillón a Vicente Sala Belló, Javier Guillamón Álvarez es elegido vicepresidente primero, Antonio Gil-Terrón Puchades, vicepresidente segundo y Armando Sala Lloret, vicepresidente tercero. Como secretario, sustituyendo a Ramón Berenguer Prieto, se nombra a Francisco Grau Jornet. Estas cinco personas constituyen “la mesa”, o consejo restringido que, en unión del director general, preparan los consejos de administración. En la etapa anterior, era el propio Gisbert quien preparaba el orden del día de los consejos y posteriormente se lo comentaba a Román Bono.

En una reunión de la mesa con almuerzo incluido, se plantea la necesidad de reducir los poderes que, en su día, el consejo autorizó delegar en Gisbert. Estos poderes, amplísimos, los había conseguido Gisbert en la etapa anterior con mayoría socialista, no olvidemos que nuestro héroe militaba en el PSOE desde 1981. Comienza el almuerzo en el comedor privado y comienza el fuego graneado. Gisbert dice que en absoluto admite un recorte de la delegación de poderes, Sala (Vicente), quiere poner un poco de sosiego, pero los vicepresidentes, y en especial el primero, no están dispuestos a consentir que la situación anómala continúe. “Los poderes pertenecen al consejo y el consejo será quien decida qué atribuciones cede al director general”, afirma Guillamón. No habían llegado al segundo plato del exquisito menú servido por el One One, cuando, de repente, Gisbert se levanta, amenaza con dimitir y abandona la escena dejando en el plato las sutilezas de Bartolomé Ramírez, pegando un portazo y sin decir adiós. ¡Qué ordinariez y evidente muestra de mal gusto, levantarse de la mesa sin haber terminado la comida!, pero cuando al muchacho lo sacaban de sus casillas y le daba el “perrente”, era impredecible y lo digo con conocimiento de causa.

Sala (Vicente), sale tras él y se lo encuentra en el pasillo y le pide que pase a su despacho. Mientras tanto, en el comedor, Sala (Armando), no está tranquilo, “algo está pasando”. Se levanta de la mesa y acude, junto a los vicepresidentes y el secretario, al despacho de Sala (Vicente), abre la puerta y se encuentra con el siguiente cuadro escénico: Juan Antonio como Hamlet mirando al infinito, Vicente en una especie de “plongeon” real, cogiéndole la mano y musitando: “No te vayas, Juan Antonio, te necesitamos”. Mi interlocutor me indica: “Parecía el cuadro de Velázquez de la rendición de Breda. La dignidad del vencido, Justino de Nassau, que se inclina sumisamente ante el vencedor, tiene su réplica en la actitud cariñosa y tierna de Ambrosio de Espínola, que le sonríe cortésmente y le da palmaditas en la espalda. Dejo a la inteligencia del lector que actualice los nombres de Espínola y Nassau.

El ambiente, al igual que los gases, se iba enrareciendo. Uno que no quería ceder un ápice de su poder, sin asumir que los tiempos, ellos han cambiado, que decía Bob Dylan, y los otros, que reclamaban su alícuota de poder.

En esos tiempos, se produjo un ataque tremendo a la persona de Juan Antonio Gisbert. En el periódico La Prensa, dirigido por el “eventualmente chocante” Enrique de Diego, se publicaron una serie de reportajes acerca del chalet que Gisbert se había construido en la calita de los judíos en el Cabo de las Huertas. Fotografías del chalet, editoriales, comentarios, acusaciones veladas sobre si Galea había echado una mano; esto y lo otro y por ahí. Con buen criterio, Gisbert acudió a “la mesa” y comentó el tema informando a los presentes de las mentiras vertidas en el diario y solicitando su consideración. Cuando acabó la perorata, uno de los presentes preguntó cándidamente: “Pero, Juan Antonio, ¿lo que dice el periódico es verdad o no?”. Ahí se acabó la reunión.

La gran virtud de Gisbert, al margen de conocer muy bien el negocio bancario, era poseer unos nervios de acero templado al vanadio. Era capaz de mentir cien veces mil, un millón. Recuerdo cuando le indiqué que Francisco Rodríguez Valderrama, antiguo presidente de la CAPAV, y en aquel momento presidente de la Fundación Cultural CAM, cobraba un millón de pesetas de la caja, a través de su empresa inmobiliaria en Benidorm, me juró en arameo que aquello era falso. Años más tarde, la sociedad inmobiliaria de Paquito PSOE, reventó pues su socio en la misma afirmó: “Mira Paco, este dinero ha entrado en la inmobiliaria y por tanto es de los dos, así que, ya sabes”. El segundo apellido del socio era Bernícola, no confundir con el concejal de Alicante..

Lo que nadie puede negar a este personaje es su capacidad de liderazgo y su conocimiento del negocio. Muchas veces, mis compañeros de la caja, cuando ya se adivinaba el hundimiento, afirmaban: “Con Juan Antonio, esto no hubiese ocurrido”. Uno de ellos y en repetidas ocasiones fue Teófilo Sogorb Pomares, hoy imputado en la audiencia nacional por el Juez Gómez Bermúdez y con una fianza de 25.8 M de euros.

Pues bien, a pesar de todo y tras un episodio que por haber sido testigo en primera persona de todas las mentiras y escupitajos que se vertieron contra mí, dejaré para posterior análisis, como fue el caso “Benedetti”, a pesar de sus viajes a Valencia, fotografías con el Molt Honorable President, en la Explanada de España y todo lo demás, el ángel exterminador apareció en el dintel de Óscar Esplá 37 una fría mañana de diciembre de 2000. Le comunicó a nuestro héroe que tenía que marcharse; o de buen grado o a la fuerza. “Dejadme hasta que pase la Navidad y se lo comente a mi familia”, dicen que contestó al mensajero. En el consejo de administración del día 18 de enero de 2001, Juan Antonio Gisbert García, aquel muchacho del Barrio del Plá, que jugaba a Hockey en Montemar y rondaba a la Pilar; que entró en la Caja de Ahorros del Sureste de España, el día 2 de enero de 1972. “Será destinado al Servicio Agrícola, de cuyo jefe Alfonso Aracil, recibirá las oportunas instrucciones en orden a su cometido a realizar. Recibirá, por todos los conceptos, un salario anual de ….. pesetas.

Lo que le comunico para su conocimiento y efectos de todo orden que procedan, firmado: el director general, Francisco Oliver Narbona”, presentó la dimisión.

En el citado consejo, un consejero llamado Andrés Boldó, tomó la palabra y le pidió que no se fuera; que se votase entre los asistentes aceptar o no la renuncia. Algunos palidecieron y nuestro héroe tomó la palabra: “Señor consejero, quiero informarle que he dimitido. ¡Punto!”

En alguna notaría descansaba un documento público que recogía los pormenores de la dimisión y el importe de la indemnización. Nunca se conoció dicho documento, el cual fue tratado como secreto de estado. Quizá aquellos polvos en los que incluyo el nombramiento de Gálea como director general de Hansa, trajeron los lodos de la quiebra de una entidad bicentenaria. El virus del ladrillo, unido a la ignorancia de los sucesores y a la avaricia de otros, pues nos llevaron a donde estamos.

Dicen, yo no lo pongo en duda, que Gisbert, abandonando Óscar Esplá, exclamó: “En cinco años, estos se cargan la caja”. Se equivocó en el cálculo. Necesitaron diez. Un conocido comentarista político, director de un diario local afirmaba el 20 de enero de 2001, y cito textual: “Hay una gran diferencia para lo bueno para lo malo. Con Gisbert se va un político/../. Con López Abad llega un técnico puro”.

Otros, en aquel mismo diario, dijeron muchas tonterías.

Había una canción que le gustaba mucho, en tiempo pasado, a Juan Antonio Gisbert García: “Unchained Melody”, del grupo americano “The Righteous Brothers (Bill Medley y Bobby Hatfield), era el año 1990 y estuvo de moda por la película “Ghost”.

Musicalmente, Gisbert no estaba al día. Prefiero otro gran éxito del mismo dúo: “You’ve lost that lovin feeling” que comenzaba:

“You never close your eyes anymore/when I kiss your lips/ and there’s no tenderness like before in your fingertips/You’re trying hard not to show it, baby/ but baby, baby I know it...”

Nos leemos la próxima semana, querido lector, a sabiendas que en el libro de Agatha Christie ya no quedan negritos, querido lector. Pero me reservo una carta muy especial para mi antguo compañero y director general que llevó la CAM a la quiebra: Roberto López Abad.

Nos leemos la próxima semana.

 

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