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JESÚS GALINDO La pasada semana se confirmó que la gigantesca estafa que afectó, primero, a los países del Este, tras la caída del comunismo, sigue su inmisericorde marcha. No parará hasta que elimine el Estado de Bienestar donde quiera que quede algo que mínimamente pueda llamarse así, e imbuya en los ciudadanos la idea de que el único modelo económico es el de las ´potencias emergentes´: Rusia, India, China... De pronto, para sorpresa de los ´expertos´ —la palabra va entre comillas, pero quizás sería mejor colocarla entre signos de interrogación—, que hasta minutos antes de la última cumbre europea aseguraban que la exposición a la deuda griega de la banca alemana y francesa era muy superior a la de la gran banca española, es finalmente ésta la que precisa conseguir, globalmente, en un pis pas, más de 26.000 millones de euros, la cuarta parte de las necesidades de recapitalización de toda la banca europea. Lo peor es que, según el informe La banca española estigmatizada, publicado en El País, para hacer este cálculo «no se ha tenido en cuenta el mayor riesgo de nuestro sistema financiero, los activos del ladrillo, que están concentrados en las cajas de ahorro que, en su mayoría, no han pasado al examen. La gran recapitalización cubre lo que tiene menos riesgo, la deuda soberana». Como la posibilidad de obtener ese capital en ´el mercado´ es, con la que está cayendo, nula ¿adivinan de qué ya esquilmados bolsillos saldrá esta nueva ´inyección´ y cómo repercutirá en la obtención de créditos por las empresas?
El mismo día que nos enteramos de esto podíamos leer: «Según un informe, la remuneración media de consejeros y altos directivos de las quince entidades financieras más importantes, seis bancos y nueve cajas, creció el 48% desde 2004 a 2010, casi el doble de sus beneficios del periodo, 27%. (…) En ese tiempo, la CAM elevó su beneficio un 3%, y un 94% la remuneración media de su cúpula, aunque la del Consejo subió un 542%». También ese día, el máximo responsable de la CAM hasta su intervención por el Banco de España, don Modesto Crespo, decía tener la conciencia muy tranquila. Y lo mismo pensará quien lo designó, ese correligionario suyo, amante de los trajes caros —para los demás ¿eh?— que pronto se sentará en un banquillo. Y se entiende. A fin de cuentas ¿qué han hecho mal? ¿Convertir, en un tiempo record, una entidad antes solvente como la CAM en «lo peor de lo peor» y, como corolario, dejar a la intemperie a centenares de empleados y a miles de pequeños ahorradores que invirtieron, en emisiones de la entidad, más de mil millones de euros y ahora tienen que oír que el FROB les dice que no puede ayudarles? Pelillos a la mar, como le habrán dicho sus confesores a don Modesto y a su amigo mientras los absolvían. Ventajas de ser un ferviente católico.

Y los afectados ¿por qué no hacemos nada? Decía Viviane Forrester, veterana estudiosa del capitalismo, ya en 2001, no solo antes del diluvio actual sino del auge de las burbujas piramidales que acabaron desencadenándolo, en Una extraña dictadura: «¿A qué se debe que, en lugar de reaccionar —contra el dogma neoliberal que nos arroya— cedamos; que, paralizados, incluso no paremos de asentir, atenazados, como rodeados de fuerzas coercitivas y difusas de orden natural que saturan todos los territorios?». A mí, nuestra inacción (menos los ´indignados´, o sus colegas americanos, los ´ocupantes de Wall Street´, que sí actuan aunque, hasta ahora, carezcan de articulación política— me recuerda la de los judíos acomodados alemanes tras el advenimiento de Hitler, que no se creían lo que les estaba pasando y, salvo unos pocos que compraron su salvación personal, no reaccionaron ni cuando los llevaban, con una maleta por persona, al campo de exterminio. Esperamos una solución mágica, como que el 20N lleve al poder a quienes —no cabe olvidarlo— están también en el origen del desastre. Aquel lema suyo, «id y urbanizadlo todo», ha producido cientos de miles de viviendas sin vender, decenas de miles de morosos, montones de hipotecas impagadas y de personas deshauciadas...

Mientras, miramos para otro lado y montamos procesiones fuera de calendario. Lo de Murcia es paradigmático: no hay fin de semana que no corten calles y no retiren coches aparcados para facilitar el paso a estos cortejos. Al verlos, recuerdo lo que dicen que les dijo monseñor Sanahuja, un obispo de Murcia de origen campesino, a quienes, con motivo de una pertinaz sequía, le pidieron autorización para pasear a la Virgen. Tras mirar al cielo, espetó: «Hagan lo que quieran, pero el cielo no está para llover».

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